martes, 9 de abril de 2013

La mirada de Dios


A las parturientas de mi infancia, las de los setenta, la vecindad les llevaba un par de botes de Fruco y una docena de roscos del baño. Aunque ya no tenían que comer por dos, debían de recuperar fuerzas, así que, a falta de mirra, carbohidratos. También le regalaban los oídos al ensalzar el parecido entre la criatura y la madre: tiene tu nariz y tu boca, pero los ojos son del padre. Se sobrentendía que la mirada, entre inocente y eterna, era de Dios.
Antes de que el progreso legislara en contra de la levadura biológica, del pan de vida, el que traía el niño debajo del brazo era bien recibido: donde come uno, comen cinco. La irrupción de la ley acabó con la relación del bebé con las tahonas. Sin que eso suponga ningún trauma para una sociedad anestesiada que permite el exterminio de las criaturas en los quirófanos.
El progresismo no se conforma con que el aborto sea un derecho. Quiere que sea un deber. Pretende la aprobación del legrado a través de un decreto ley sancionado por su majestad. Un decreto enmarañado que oculte la evidencia de que el feto está vinculado al latido desde el inicio. El pensamiento dominante tiene una idea remota de la vida. Tan remota que ha olvidado de que un recién nacido no es más que la consecuencia de un embrión que progresa adecuadamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario