martes, 16 de abril de 2013

El domador de Furia

La lucha contra el aborto es un caballo de batalla de la Iglesia que auna la cabriola del de San Pablo con la blancura del de Santiago, cuyas crines de testimonio y resurrección apreciamos tanto los que nos hemos caído camino de Damasco tras visitar Compostela. El laicismo, sin embargo, considera la batalla eclesial contra el derecho a decidir como el resultado de la cohabitación bélica del jaco El Cid con el jamelgo de Atila. De ahí que otorgue al presidente de la Conferencia Episcopal española, Antonio María Rouco Valera, rango de hombre fusta de amabilidad engañosa, la mezcla del domador de Furia con el relaciones públicas del hipódromo de la Zarzuela.
Esta percepción no es sólo progresista. También parte de la derecha tiene una opinión parecida, que aquí el que no se casa con nadie, se divorcia de todos. Máxime si se tiene en cuenta que Rouco Valera acaba de denunciar que los avances del gobierno de Mariano Rajoy para derogar la ley del aborto son insuficientes, un modo elegante de sugerir que suceden cosas malas mientras uno está parado.
La ambigüedad gallega centra el asunto en descifrar el acertijo de la escalera, pero la cuestión no radica en averiguar si el presidente sube o baja, sino en que tenga en cuenta que al estarse quieto en el descansillo permite que no se den los primeros pasos a favor de los que dan pataditas.

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