martes, 4 de junio de 2013

Aires nuevos para el soplo divino

La muerte, un circuito cerrado, no tiene la carga expansiva de la vida, que se propaga en círculos concéntricos a través del recuerdo, el corazón de la memoria. Hace ya medio siglo que falleció Juan XXIII, pero parece, por lo que perdura, que te lo vas a encontrar en cualquier confesionario con esa sonrisa suya de borrar pecados y esa su mirada de alegre absolución.
No es de extrañar que arrecien las loas sobre su figura. Tanto da que no todos los elogios sean dignos de alabanza. Todos, los sinceros y los taimados, coinciden en que no fue un Papa de transición, sino de de futuro. No fue Suárez con esclavina ni elevó a categoría de Iglesia lo que a nivel de calle era normal. Todo lo contrario: Juan XXIII no revolucionó la doctrina, sino el mundo, que a partir de él miró el catolicismo con ojos de mañana.
El mérito de Roncalli fue proponer aires nuevos para la liturgia sin tocar el soplo divino. Quienes interpretaron que el concilio Vaticano II proponía custodiar los cálices en las comunas, hacer barricadas con los reclinatorios y buscar a Dios debajo de los adoquines se equivocaron de playa. Considerar a Juan XXIII el precursor del poder de las flores es desconocer la importancia de los lirios en el Evangelio.

2 comentarios:

  1. El beato Juan XXIII fue un párroco con sotana blanca,al que Dios miraba con cariño,y claro,eso tiene su peso. Creo que el Papa Francisco es otro párroco de sotana blanca,cercano al pueblo de Dios,que es todo,porque el Padre no hace muchas exclusiones.
    (Mientras,el Papa emérito Benedicto XVI nos demuestra que su paso al retiro no ha sido un arrebato sino algo meditado).
    Un abrazo,Javier.

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  2. Hay quienes le elogian para forzar el contraste con lo que hay ahora. Pero lo que hay ahora, la doctrina, es lo que ha habido siempre. Un abrazo.

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