viernes, 29 de marzo de 2013

De la portada al interior

Si un día Carlos Slim, el señor de los pesos, decide cambiar sus zapatos de piel legítima por unas alpargatas bastardas, abandonar la mansión para emparejarse con el apartamento, sustituir el dry martini por el carajillo, que es el cóctel de los pobres, y, ya puesto, alternar con sus obreros hasta el punto de acompañarles en las alegrías y en las penas, en las rancheras y en los duelos, su actitud sería elogiada durante no más de una semana, que es el tiempo que tarda la anomalía en adquirir rango de normalidad.
Escribo esto porque es de prever que el mundo no tarde mucho en dejar de sorprenderse de los grandes gestos del Papa Francisco. De aquí a poco no alabará sus renuncias ni comulgará con sus preferencias. Ese momento es inminente. No hay más fijarse en cómo los periódicos han desplazado al pontífice de las portadas a las páginas de interior, que es como cambiar  la ventana luminosa desde la que todo se divisa por el ángulo oscuro de salón donde sólo veíase el arpa.
Con el olvido, que es el hombre del frac de la indiferencia, el laicismo planea hacérselas pagar todas juntas a la Iglesia. Pero fracasará. Francisco no es el poderoso que un buen día decide cambiar de vida, darle parte de su fortuna a los desheredados y cambiar el mal de altura  por la clase baja, el helicóptero privado por el ciclomotor. Si así fuera, su reino sería de este mundo, cuando lo cierto es que el cielo le ha concedido la doble nacionalidad.

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