martes, 22 de octubre de 2013

Coppola en El Vaticano

Si Coppola no hubiera reflejado en encuadres la supuesta perversidad de la curia en la tercera parte de El Padrino, estaría ahora dándole vueltas a la idea de escribir un guión de cine negro sobre el Papa Francisco porque debe de prever de que antes o después le ocurrirá una desgracia. Así lo cree al menos el laicismo intrigante, convencido de que el Sumo Pontífice acabará mal por su tendencia a poner patas arriba el orden establecido. Ni que decir tiene que para el laicismo intrigante el orden establecido es un cura tridentino que ve a Francisco como un hippy que se lava capaz de convertir El Vaticano en una comuna donde campe el amor libre al ritmo de Juntos como hermanos.
Si el laicismo insiste tanto en que la Iglesia está ruinas es porque la presencia de la piedra angular le impide recalificar el terreno, de modo que busca a alguien de fuera con prestigio que certifique el mal estado del templo. Cree haberlo encontrado con Francisco, al que le encanta imaginar como uno de los suyos, como un superviviente de los sesenta que entiende el concilio Vaticano II como el prólogo del festival de Woodstock. Es lo que pasa cuando la imaginación se desboca: ni Francisco ha plantado la psicodelia en los campos de la fe ni es un hombre de mundo que guarda el Cáliz en el mueble bar. 

1 comentario:

  1. Los detractores de la Iglesia(esencialmente porque desean ocupar el espacio de la misma) no llegan a ver que el Papa es uno más,importante,por supuesto,pero ni es el primero ni será el último de los servidores del Señor,que los tiene de túnica áspera y con capelo cardenalicio. El centro es el Señor. Un abrazo,Javier.

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