El catolicismo siempre ha sido precursor: el epitafio es el
antecedente minimalista de twitter y la oración interconecta a los creyentes
entre sí, como demuestra que ruega por nosotros sea la clave de acceso al reino
de Dios. Se reza en plural por aquello de que las campanas siempre doblan por
uno mismo. Lo que significa que también el repique va por todos si el tañido se
deriva de la palabra hermano.
La oración personal es un bien común. Así lo entiende Francisco,
que ha rezado ante la tumba de Pedro, el barquero de las verdades, y después
ante la de Juan Pablo
II, el Papa que al contraponer la vida nueva al hombre nuevo desmontó el geyperman
comunista y aclaró a Marx que la Iglesia no es fumadero de opio, sino espacio
libre de humos sin son malos y preso de ellos si tienen como origen al
botafumeiro.
Ambos Papas acumulan méritos más que suficientes para merecer
una oración, cuya onda expansiva abarca al resto del mundo. Rezar, aunque sea
para los adentros, es lo contrario al ensimismamiento. El rezo de Francisco,
además de un acto de generosidad, es una invitación a imitarlo. En solitario o
en familia. Al fin y al cabo, la oración de las cuatro esquinitas es la versión
celestial del parchís.
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