Los escolares de mi clase nos untábamos la mano con un gajo
de cebolla porque creíamos que así no dolía el palmetazo. La sugestión hacía
bien su trabajo en nosotros, los de entonces, que éramos pura inocencia. Baste
decir que a una mínima gruta que se divisaba desde las cristaleras del colegio
le llamábamos la cueva de Cristóbal Colón porque los de octavo decían que se
había encontrado en ella un calcetín del descubridor. Marrón para más señas.
Así éramos. Y no nos ha ido mal. Estuvo bien que la palmeta
desapareciera de los planes de estudio, pero no que se metiera en el mismo saco
a la asignatura de Religión so pretexto de que la impartía
directamente Franco. Para sustituirla, por cierto, por sucedáneos de bondad,
tipo educación para la ciudadanía, que no sirven para nada porque es inútil enseñar
modales a quienes no tienen noción del respeto. A los alumnos de mi
generación jamás se nos habría ocurrido llevar a cabo un escrache ante el
despacho del jefe de estudios.
En aquellos buenos años de infancia y adolescencia que plasmas en tu artículo,los míos,que andaban por los años 60 evocan pocos castigos,muchos alicientes de estudio,de formación,confianza en el profesor,el en hermano marista que nos educaba,sentíamos su esfuerzo y correspondíamos. No tengo sino palabras de cariño y agradecimiento.
ResponderEliminarPero que no me vendan los progretas educación cuando quieren decir hedonismo y borreguerría por formación,que uno ha hecho guardia en garitas peores,Javier.
Un abrazo.
Anoche mismo saludé con alegría a un antiguo profesor mío de la SAFA. No echo de menos la palmeta, pero sí todo lo demás. Un abrazo y buen día.
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