Quiero decir que pecar es sencillo. Caer en la tentación es
en sí mismo una tentación para los tentados. Y no hacerlo equivale a desatar el
nudo gordiano sin tener cerca unas buenas tijeras de podar. De ahí la importancia de la fe. Un hombre sin fe es
un cocodrilo sin hambre empantanado en una mesa camilla ante quien el pecado
baila la danza del vientre, que es un modo sutil de decirle cómeme.
De la mala digestión del pecado surge la perturbación,
gastritis del espíritu. No es casual que en la Eucaristía el feligrés ruegue al
Creador que le proteja especificamente de ella. La perturbación es el pedrisco que arroja el
pecador sobre sí mismo, la niebla que se interpone entre la voluntad y el
cielo, la deformación de la conciencia, que es a su vez la caja negra del hombre
que no confía en Dios. Al que confía el perdón le regala una conciencia de niño.
Preciosa reflexión teológica llena de ironía,metáforas y buen sentido,amigo Javier. La alegría no está reñida con el humor,la fe ni la esperanza.Más bien creo que van juntas de copas espirituales.
ResponderEliminarQuienes rechazan el perdón actúan irracionalmente o con un ego,pobre ego,que se les sale por los poros.
El buenismo diría que no son culpables. Para esa ideología,hasta el que viola es que sufre una pulsión incontrolable...
El hecho de pedir perdón esperando recibirlo procede de la humildad,de la confianza,de la fe del hombre en la misericordia,del deseo de propósito de la enmienda,de la ayuda de Dios para recibir ese perdón y dar el cambio,siembre doloroso,hacia esa situación de regeneración,de saber estar y vivir en fraternidad o al menos, en no ir por la vida asesinando a los demás con la mirada...
Buen Viernes de Dolores,amigo Javier.
Gracias por tus palabras. Sé lo que digo cuando hablo del poder sanador del perdón. Buen día y un abrazo.
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