Un obispo cobra al mes menos de mil euros, que es
previsiblemente la cantidad que, si no ejercerían de catalanes, se gastarían
determinados directivos de la Sexta durante una comida de empresa en anís del
Mono para dejar clara su adscripción a la teoría de la evolución de las
especies. En la cadena, para no ser eslabón perdido, es obligado preferir a
Darwin destilado antes que a Jesús sacramentado, aunque no haya color entre el transparente incruento
de la botella y el rojo sangre del cáliz.
Y se le nota. La Sexta refleja una imagen de la realidad
eclesial tan distorsionada que parece que le vende las lunas Max Estrella.
Acusa, por ejemplo, a la Iglesia de ser la principal tenedora de inmuebles de España sin
añadir que gracias a ella persisten las catedrales, embajadas terrenales del reino de los cielos donde la
belleza está al servicio de la fe. Otros
no pueden decir lo mismo. No hay más que mirar fotografías de Polonia de cerca para
darse cuenta de que la única contribución del socialismo a la arquitectura es
la casa del pueblo.
De la que por cierto ha desertado la plebe en apuros, que a
la hora de pedir sabe bien dónde llamar. Para las formaciones políticas un
marginado no es un elector, pues intuyen que su único voto es de pobreza, en
tanto que para Cáritas, asistente social de las alturas, es una persona respetable
en horas bajas. De modo que mientras que la Iglesia echa una mano a los desheredados, otros los tratan a patadas sin que La Sexta
haga hincapié ni en la buena obra ni en la mala acción.
La persecución, además de injusta, es obsesiva. Por ahora no pide que echen a los
cristianos a los leones, pero, como dijo el soldado olímpico de la batalla de Maratón,
todo se andará. Mientras llega ese día, los periodistas de la cadena preparan el
terreno. Entre los que destaca el follonero, Quijote con trienios, que mira por donde todavía no ha
pedido excusas por la oferta de empleo para su programa que requería un
periodista en prácticas sin contraprestación salarial. Capaz es la propietaria de Gol Televisión, con tal de echar balones fuera, de considerar becarios a los monaguillos.
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