A los peticionarios del degüello fiscal les da lo mismo que no prospere la iniciativa, desde luego, porque con ella no persiguen tanto recabar fondos como socavar ante la opinión pública (por la que siempre opinan otros) el cimiento que sostiene en pie la sagrada forma. No es más que un nuevo golpe bajo al Altísimo de quienes, por la debilidad de sus argumentos, no tienen media ostia.
Que se sepa, los sindicatos y los partidos políticos tampoco pagan por su entramado inmobiliario, pero los fustigadores del reclinatorio se arrodillan ante ellos para, alentados por los mismos, seguir en pie de guerra contra la Iglesia. Así que plantean que el arca pública se llene sólo con dinero proveniente del arca de la alianza. Y no piden que también tribute la de Noé porque son conscientes de que ha llovido mucho desde entonces.
Parten de que la curia tiene privilegios, premisa que desmonta el propio Evangelio: cuando Jesús dice que hay que dar al César lo que es del César anticipa que hacienda somos todos. Y bien que lo entiende la Iglesia, cuya sopa amiga evita la dieta forzosa al estado de bienestar. Los que la ponen a caldo no tienen en cuenta que si muchos que se saltan la primera comida del día se acuestan con el estómago lleno es únicamente porque acuden a las fondas en las que se sirve la última cena.
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