En el fondo de la medida subyace el complejo de superioridad del que considera que un profesor de ciencias políticas está menos capacitado que un líbero para rematar en plancha, pero es más útil a la sociedad. Así que el propósito de la formación no es que la melé en el punto de penalti se convierta en riña de licenciados, donde los jugadores se hablen de usted mientras se patean los isquiotibiales, sino aclarar que el deporte actual necesita sustituir la ignorancia por la pedantería. El cambalache es discutible, pero cabe preguntarse si puede un pedante convertir el minuto 116 en el día de la hispanidad. Posiblemente, no, porque el pedante cree que Johannesburgo es la capital del racismo en vez del lugar donde aconteció la segunda más alta ocasión que vieron los siglos.
El docto disparate actualiza lo peor del despotismo ilustrado: el populismo de élite, en su afán de hacer un pueblo a su imagen y semejanza, pretende, poco más o menos, que se dirima intelectualmente la posesión del balón en la medular y, ya puesto, que Cristiano recite a Pessoa mientras recula para lanzar el golpe franco, a fin de que cuando choque con Coentrao, del encuentro entre el saber y la fuerza, surja la revolución de los claveles.
Podemos quiere deportistas cultos, pero es posible que la sociedad quiera políticos deportistas. Habría que exigir a Iglesias, como requisito para gobernar el país, que levante 150 kilos en arrancada. Debería de tener en cuenta que pedir a un carrilero que memorice la España invertebrada de Ortega mientras evoluciona por banda derecha, previsiblemente desde posiciones republicanas, es como exigir a Íñigo Errejón que exponga la canilla durante un clásico en Anoeta. O como sugerir a Monedero que, para conseguir que el luso se matricule en protocolo, llegue a las manos con Pepe.
El guardador de rebaños
ResponderEliminarDesde la ventana más alta de mi casa,
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos, que viajan hacia la humanidad.
Y no estoy alegre ni triste.
Ése es el destino de los versos.
Los escribí y debo enseñárselos a todos
porque no puedo hacer lo contrario,
como la flor no puede esconder el color,
ni el río ocultar que corre,
ni el árbol ocultar que da frutos.
He aquí que ya van lejos, como si fuesen en la diligencia,
y yo siento pena sin querer,
igual que un dolor en el cuerpo.
¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?
Flor, me cogió el destino para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas.
Río, el destino de mi agua era no quedarse en mí.
Me resigno y me siento casi alegre,
casi tan alegre como quien se cansa de estar triste.
¡Idos, idos de mí!
Pasa el árbol y se queda disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la
que fue suya.
Paso y me quedo, como el Universo.
(**) De heterónimo Alberto Caeiro
el día que Cristiano recite cosas como esta dejaré de ser culé
ResponderEliminarJajaja. Y yo del Atlético.
ResponderEliminar"Potemos" es estalinismo puro y duro,de dacha y KGB pasada por el Caribe. A uno le pilla ya muy mayor para cambiar ahora de conceptos,amigo Javier. Un abrazo.
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