La izquierda cree que no se ha hecho nada malo en su nombre, pero 100 millones de asesinados tienen otra opinión, siquiera sea a título póstumo. El hecho de que entre las víctimas abunden los católicos explica la cara de tango que se le quedó a Francisco cuando Morales le entregó el obsequio. Como quiera que es difícil quedar peor con un invitado parece claro que el presidente boliviano comparte asesor de protocolo con Nicolás Maduro, por lo que no es descabellado avanzar que el próximo regalo que hará al sumo pontífice será una Biblia traducida al quechua por la organización Europa Laica.
En su defensa, Morales podría argüir que el crucifijo no es un homenaje a Moscú, sino un símbolo de la nueva evangelización: dado que Jesús, además de Hijo de Dios, era carpintero, el martillo aludiría al ora et labora. En cuanto a la hoz, reflejaría la necesidad de enviar obreros a la mies. Evo podría argüirlo, pero no lo hará porque, en realidad, lo que quería aclarar al Papa con su regalo es que Jesucristo es de izquierdas.
Ni que decir tiene que si la izquierda considera que Jesucristo es de izquierdas es porque está convencida de que fue un precursor del Che, que, en lugar de armas, puso en jaque a los poderosos con parábolas, lo que convertiría al Sermón de la Montaña en el modelo pacífico de Sierra Maestra. La izquierda obvia que el crucifijo de Evo está más vinculado a la matanza de Katyn que a la resurrección de Lázaro. Y omite que no está relacionado con el cielo porque, para gran parte de la izquierda, Jesús fue un buen hombre, pero no la segunda persona del Verbo. En eso se equivoca. Y también en definirlo como proletario: si Jesús no hubiera sido quien es, habría heredado el pequeño negocio familiar y, en consecuencia, en lugar de afiliarse a UGT se habría hecho autónomo.