sábado, 18 de abril de 2015

Resignación y fatalismo

La resignación cristiana no es la variante suave del fatalismo. La diferencia entre ambos es similar a la existente entre el Atlético de Simeone y el Pupas de toda la vida. Hasta la llegada del porteño los aficionados colchoneros sabíamos que jugar el partido de vuelta con cinco goles de renta no nos garantizaba el pase a cuartos. Hoy nos resignamos a quedar terceros en liga, pero no tememos que Oblak se coma el punterazo desde la medular de un jugador del Bayer.  El fallo de Reina nos hizo fuertes.
Los católicos, como los atléticos, hemos convertido la resignación en el jugador número doce, de modo que cuando el contrario entra con todo, en vez de llegar a las manos, aprovechamos que el colegiado detiene el juego para hidratarnos. Pero, ¿qué pasa cuando no hay colegiado? Pues pasa, por ejemplo, que el contrario aprovecha la superioridad numérica para lanzar al mar a una docena de inmigrantes cristianos que viajaban hasta Europa desde África a bordo de una patera. Y ninguno era David Meca.
Y como la resignación no es la variante suave del fatalismo, habrá que frenar con firmeza a quienes practican el exterminio cristiano. Más que nada para preservar la civilización. Occidente cree que Lepanto queda lejos, pero lo cierto es que Oriente Próximo queda cerca. Lepanto no lo ganó la marina, sino la fe. Sin fe, ¿qué le queda al europeo? ¿la tolerancia? ¿la libertad? Pues sí, les quedan ambas, que son una consecuencia del humanismo. De lo que se deduce que, en cierto modo, aunque reniegue de ella, al europeo siempre queda la fe.
Por eso ganará esta guerra. Y también porque el odio no cotiza en bolsa. Lo paradójico del supuesto conflicto de religiones es que la van a ganar los que no atacan. Por una razón: el cocodrilo presume de boca, pero no disfruta de los atardeceres. El fanatismo religioso cursa a la larga en contra del fanático porque,  por lo general,  el hombre, español o magrebí, tiende a tumbarse en el sofá, esto es, a vivir tranquilo. Por lo general, el hombre, español o magrebí, llega a casa cansado y aprovecha el fin de semana para levantarse tarde en vez de madrugar para preparar degollinas. El fanático está en desventaja porque no lucha sólo contra el catolicismo, sino también contra esa plácida tendencia del hombre a dormir en posición fetal.

sábado, 11 de abril de 2015

La cebra y Luther King

El motivo por el que el caldo de cocido no puede competir con la vichyssoise en la cocina internacional es educativo: nos han hecho creer que el hueso de jamón no tiene la elegancia de la nata. Por el mismo motivo, la noticia de 150 cristianos negros asesinados en Kenia no puede competir informativamente con el crimen de un negro a manos de un policía blanco en Estados Unidos. Esto sucede porque el periodista occidental considera que el hombre subsahariano forma parte del atrezo de National Geographic, en tanto que el afroamericano es una consecuencia de Lincoln. En otras palabras, cada vez que un negro americano muere por la espalda, muere Luther King, mientras que cuando matan a un cristiano en África muere una cebra.
Para el periodismo occidental, un universitario cristiano keniata es una cebra con estudios devorada por un leopardo radical, por lo que sitúa el conflicto en la lucha por la supervivencia, es decir, en la guerra de religiones, ese embuste que pretende hacer ver a la sociedad neutral que en los conventos la madre superiora ha sido sustituida por la monja alférez. De lo que la sociedad neutral puede deducir que las monjas venden yemas de Santa Clara para financiar a la Orden de Malta. Las redadas, empero, no se llevan a cabo en los obradores, sino en domicilios catalanes de simpatizantes del Estado Islámico, como los que pretendían llevar a cabo un secuestro para degollar a la víctima en falso directo ante las cámaras. Me da a mí que si no han culminado el plan es porque, al no encontrar monos naranja en España, aguardaban la próxima colección otoño/invierno de Ágata Ruiz de la Prada.

miércoles, 8 de abril de 2015

El kalashnikov y el crucifijo

No sabía yo que Sor Citroën, tras atravesar el dos caballos en la M-50, había pasado a cuchillo a los pasajeros del autobús Madrid-Alcorcón que no se sabían santiguar. Lo digo porque el conspicuo diputado socialista Diego López Garrido ha enmarcado la matanza de estudiantes cristianos en Kenia a manos de yihadistas en el epígrafe guerra de religiones. Hay que aclarar que si este progresista de libro equipara el kalashnikov con el crucifijo no es para redimir al fúsil, sino para denigrar al madero.
Es decir, cuando mezcla la persecución con el conflicto lo que intenta es resaltar que él también es víctima, pero lo que logra es aclarar que la ideología le impide ver la diferencia entre muerte y resurrección. Es posible que considere que, como eslogan, Dios es amor está por debajo de Yo con Susana, pero lo cierto es que el cristianismo se expande desde la paz. De ahí  que vincular la masacre universitaria a la guerra de religiones sea como enmarcar en la guerra del petróleo el atraco a una gasolinera.